Voy a escribiros sobre lo que sucede con los niños cuando los queremos (consciente o inconscientemente) etiquetar para que se porten bien.
El pasado año me compré unos libritos que tenía mucho interés en leer, pero que, entre unas cosas y otras, no tuve ocasión para hincarles el diente.
Por fin me estoy leyendo Educar a los niños desde el corazón, de Marshall B. Rosenberg. Un pequeño tesoro condensado en apenas 55 páginas.
Os dejo algunas de las primeras ideas básicas y fundamentales que he visto con tan sólo leer los primeros capítulos y que pueden resultarnos muy prácticas en nuestro día a día.
En primer lugar, nos habla del riesgo tan enorme que supone etiquetar a los niños, eso seguramente que ya lo sabemos o intuimos, lo que quizás no te habías planteado nunca es a qué etiqueta tan concreta se refiere el autor. La etiqueta que puede ser tan dañina es precisamente la de tildarlo como niño/a, porque, dice el autor, eso hace que lo deshumanicemos. Vamos a explicar esto un poco.
Hay ocasiones en que tratamos de forma muy diferente a los niños (en sentido negativo y en determinados contextos) precisamente porque los consideramos como niños, no como seres humanos, de manera que les hablamos, les exigimos o nos enfrentamos a ellos desde esa etiqueta deshumanizada que se ampara en el abuso de poder y con la que, normalmente, salen ellos peor parados.
Lo cierto es que los niños, además de niños, se engloban en esa categoría superior que todos compartimos y que es ser humano: tienen necesidades; sentimientos; momentos buenos, regulares o malos; preguntas e inquietudes, dudas, responsabilidades, alegrías, intereses propios…
Me gustaría añadir que lo que se esconde muchas veces detrás de cualquier relación con niños, preadolescentes o adolescentes (sean hijos, alumnos…) no es más que una lucha de poder que hemos mencionado antes. Debemos tener esto claro en el horizonte para observarnos en nuestras relaciones y descubrir si se produce dicha lucha. Una lucha de poder que, a su vez, puede esconder (o no) la intención de ejercer control. Controlarlo todo. Y ese control incluye nuestro tiempo, nuestras necesidades, nuestros hobbies, nuestro sueño…
En ocasiones queremos que los niños hagan determinadas cosas, para poder organizarnos nosotros, disponer de un tiempo… Eso no es malo, el problema es cuando nos sale de forma dictatorial con un intenso “¡¡¡porque lo digo yo!!!”
Lo primero que habría que hacer, por tanto, es concienciarse de que son personas como tú y como yo. Su experiencia de la vida, evidentemente, es totalmente diferente a la nuestra, porque es más corta; mi experiencia, por ejemplo, también es diferente de la tuya. Y, en esa visión y desde ese paradigma, todos somos iguales. Tenemos nuestras diferentes necesidades, según el contexto en el que nos encontremos.
Conocí una madre hace muchos años (aún la conozco), madre de tres niños pequeños en aquella época que posee una virtud increíble que me encanta: cuando había una pelea o discusión entre hermanos y se gritaban, ella se acercaba con su dulce voz, sin alterarla, hablando con calma y diciendo suavemente: “no gritéis, tranquilos”.
Esta historia me llamó la atención porque es frecuente entre los padres, madres y profesores, en circunstancias similares, entrar gritando desaforadamente: “¡Que no gritéis! ¡Callaos!” (a veces, incluso, soltando apelativos o insultos diversos).
En casa pusimos en marcha una idea para compartir estrés y no acabar pagándolo con las niñas: era tan simple como intercambiarnos cuando en una discusión infantil entre ellas (son mellizas) acabábamos perdiendo los nervios porque no había acuerdo alguno. El que estuviera de los dos intentando solucionar y apaciguar, cuando no podía más (por diversos motivos), llamaba al otro para que siguiera y él pudiera descansar de la tensión.
De esta forma repartíamos el estrés y, sobre todo, no repercutía negativamente sobre las niñas con castigos, gritos, enfados o una torta de esas que mucha gente dice que hay que dar. Porque todos podemos tener un día malo, pero no debemos pagarlo injustamente con quienes no lo merecen.
La cuestión es que la mayoría de nosotros hemos sido educados de una forma que, a veces, no queremos compartir, sin embargo, desarrollamos de forma automática. El propio Rosenberg dice:
Habiendo sido educado, como fue mi caso, para concebir la paternidad de una determinada manera, yo pensaba que la obligación de los padres y madres era hacer que sus hijos se comporten bien. Fíjese: en la cultura en la que me crié, cuando alguien se otorga autoridad (como profesor, madre, padre) automáticamente entiende que es responsable de hacer que las personas a las que etiquetamos como “hijos” o “alumnos” se comporten de una determinada manera.
Y creo que aquí es donde se produce uno de los conflictos más pesados y comunes que pueden producirse en las familias:
pensar que educamos para que se porten bien.
¿Qué es bien? ¿Ajustarse a lo que nosotros queremos y necesitamos? Entonces, ¿por qué no lo expresamos desde esa perspectiva? Sin gritar, agachándonos y poniéndonos a su nivel físico, mirando con dulzura y paz a los ojos, o dando un abrazo mientras se habla… y, todo ello, debería partir de un diálogo muy diferente que se base en la expresión de nuestras emociones y necesidades. En lugar de “como no recojas los juguetes te los escondo” un “necesito que el salón esté ordenado para no tropezarme ni agobiarme”, por ejemplo.
Evidentemente, según la edad, el discurso tendrá un nivel u otro, pero siempre atendiendo a nuestras necesidades y también a las de los niños.
Confundimos además todo esto con la obediencia, tema del que os he hablado ya en un par de ocasiones en mi blog, hablando de la obediencia en supernanny y del concepto desvirtuado de la obediencia.
Si somos capaces de quitarnos esa venda y, sobre todo, de quitarle toda la carga moral a la educación, habremos avanzado mucho. Porque esa carga moral lleva implícito un tipo de actitud coercitiva que acaba normalmente en sentimientos de culpa: o bien en los niños; o bien en los mpadres. La permisividad o los castigos y recompensas son algunas de esas medidas coercitivas que ya hoy no nos da para este post, si os interesa, dejad comentarios en el propio blog o en las redes y os sigo contando sobre este tema.
En breve comenzaré una serie de posts centrados en un tema que muchos me preguntáis por privado: la (pre)adolescencia.
Y recuerda que compartir es vivir, si te ha gustado, comparte para que otros puedan llegar a esta información.
Muchas gracias por tu blog Álvaro, como madre me sirven muchísimo tus reflexiones en estos tiempos tan «raros» que estamos viviendo. Comparto siempre para que se beneficie el mayor número de personas posibles.
Muchas gracias, Inés, por compartir y por tus palabras.
Me alegra saber que os es útil la información que voy escribiendo para todos vosotros!!
Abrazos!!