Recuperar la vida cuando perdiste la infancia

Recuperar la vida cuando perdiste la infancia

Hoy te dejo por aquí un testimonio real. De esos que se te ponen los pelos de punta. De esos en los que ves cómo alguien intenta recuperar la vida cuando perdiste la infancia. Y, además, lo escribió el protagonista en primera persona. Es de esos trabajos que mandas en clase y decides guardar en una carpeta para, al cabo de los años, limpiarle el polvo y sacarlo a la luz, de forma anónima.

Este es el tipo de alumnado con el que más trabajo a diario. Circunstancias diferentes, pero similares.

Es fundamental conocer los orígenes para poder trabajar con estas personas.

Es fundamental tener tiempo para conocer los orígenes.

Es fundamental que respetemos los tiempos, los ritmos, las emociones…Porque a veces pensamos (yo el primero) que los niños no estudian o no colaboran porque no les da la gana, pero no, normalmente, hay razones de peso detrás.

Para muestra, un botón.

Otra historia real que no te dejará indiferente.

Los corchetes y las X mantienen el anonimato de esta persona que me dio permiso hace mucho tiempo para publicar su historia. Salvo las tildes y algunos errores gramaticales, he intentado respetar al máximo el texto que me entregó. De ahí que ni fotos, ni colores…

Nací en XXX, en [cierto país latinoamericano]; me llamo XXXX pero en mi barrio me llamaban XXX.

Crecí en uno de los barrios más peligrosos de mi país. Criado por mis tres hermanas y mis dos hermanos. Y te preguntarás: “¿Y tus padres?” Mis padres, por querer darnos un mejor futuro para mí y para mis hermanas, tuvieron que viajar a España para trabajar. Mi madre se fue cuando yo tenía apenas 2 años y mi padre a los 3 años.

Desde ese momento no los volví a ver nunca más.

Nunca les cogí rencor ni odio por haberme abandonado, ya que sino fuera por ellos no habríamos tenido el pan diario. Gracias a ellos, mis hermanos nunca tuvieron que dejar los estudios por trabajar para llevar comida a casa. Gracias a ellos salimos de pobres y al decir “de pobres” me refiero a que mejoramos nuestra calidad de vida.

Por eso es que cuando me preguntan que cómo se llama mi madre, yo siempre contesto igual: “¿Cuál de las tres?”

A lo largo de mi vida empecé a tomar  malas decisiones y a andar por el camino del mal. Cuando tenía diez años probé por primera vez en mi vida el cigarro y luego seguí con la marihuana.

A los once años ya había probado todos los tipos de droga: cocaína, marihuana, chocolate, pastillas, pasta básica… (incluído inyectarme), la clefa (la clefa es un pegamento que utilizan los zapateros de mi país para pegar las suelas de los tenis) y alguna otra droga que no recuerdo perfectamente. La droga que más consumía era la clefa, ya que era la más económica, costaba sólo cinco pesos. Cinco pesos aquí en España equivale a un euro. Viene en un recipiente de plástico del tamaño de un boli. Eso tú te lo ponías en la nariz e inhalabas el olor. Sólo con hacerlo unos cinco minutos te dejaba tonto perdido por horas sin tus cinco sentidos.

A los 12 años empecé a vender cocaína, ya que tenía un amigo que su padre vendía y nos daba a mí y a mis amigos encargos (él te daba 6, 7, 8 o 10 sobres y tú los tenías que llevar a donde te dijera, y, a cambio, me daba 3 o 4 sobres para mí, para mi consumo). Estuve así unos cinco meses. Luego, ya no me hacía encargos porque yo me los consumía o los vendía más caros para quedarme con más dinero.

Después de un tiempo, mi «madre» desconfiaba de mí, veía algo raro y no me daba dinero. Nunca le gustó verme con dinero. Así que empecé a robar y a robar, siempre salía como yo quería, hasta que un día me cogieron cuando iba camino de casa después de haber robado tres móviles, una tablet, 3 collares de oro y algunas cosas más que no recuerdo.

Nos cogieron a mí y a mis amigos. De ellos era su primera vez y estaban llorando del susto de lo que les podía pasar.

Nos trajeron a las personas a las que habíamos robado. Ese día lo pasé muy mal ya que nos querían hacer pasar por las siete calles de la feria llevando un cartel que ponía:

“SOY LADRÓN”

No era la primera vez que hacían algo así allí. Las otras veces que lo habían hecho, los ladrones solían salir con algún ojo morado, con una costilla rota, con la cabeza abierta… lo más grave que vi fue salir a un hombre sin un ojo. Mientras andabas con el cartel por las calles, la gente te pegaba con lo primero que pillaban. Y estaba permitido.

Sin embargo, esta vez la suerte estuvo de nuestra parte y decidieron llamar a nuestros padres, en mi caso, a mi hermana. Si no fuese por ella yo hubiese entrado en un centro, ya que ella le pidió de rodillas y llorando, diciéndole de que nos dejara ir, que éramos niños y que no aguantaríamos los golpes de los comerciantes y de la gente. Total, que nos dejaron ir gracias a ella.

De camino a casa, cuando íbamos en el taxi, me pidió que la mirara a los ojos, la primera vez no la quise mirar, ya que no quería que me viera llorando. A la tercera vez la miré y me dijo: “¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué robas? ¡Si a ti nunca te ha faltado nada!” Me dijo que nunca antes se había sentido tan humillada y decepcionada. Fue la primera vez que me tocó el corazón y le dije que no lo volvería a hacer, que intentaría cambiar.

Recuerdo que estuve dos días sin consumir nada, pero volví a caer. No podía salir. Empezaron a ver que cada día iba de mal en peor y decidieron hablar con mis verdaderos padres.

A lo largo del tiempo, habían llegado a un acuerdo con mis padres para enviarme a España. Cuando mi hermana me dijo: “Te vas a España de vacaciones” me alegré mucho, ya que iba a “conocer” a mi hermano y a mis padres.

Bueno, pasaron los tiempos y ya tenía el pasaje comprado y yo encantado de la vida. Un día antes de que saliera mi vuelo encuentro a mis hermanas en mi habitación, llorando, haciendo mis maletas.

 

Día de mi vuelo (mi peor noche).

No entendía por qué toda mi familia lloraba cuando íbamos de camino al aeropuerto. Llegamos allí dos horas antes de que saliera el avión. A la media hora antes de que saliera el avión, me coge mi hermana y me sienta en un banco y me dice llorando con el corazón roto: “Perdóname, sólo te pido que me perdones”. Yo no entendía nada, pero empecé a llorar y le pregunté por qué lloraba y me respondió: “Lo hice por tu bien, porque te amo como a un hijo y siempre querré lo mejor para ti. Tú no te vas de vacaciones, tú, a lo mejor, te vas para siempre”.

Y en ese momento sólo lloré y lloré, no me salían las palabras. Ella lloraba mientras que me pedía perdón de rodillas… Me arrodillé y le dije: “Perdóname tú a mí por todos los dolores de cabeza, por no ser el hijo que querías, por no hacer las cosas bien, soy honesto y sé que no he sido un hijo perfecto, sé que me he portado mal en varias ocasiones y sólo quiero decirte, mamita, que me perdones. Te amo. Mil gracias por cuidar de mí desde niño”. Y ella me dijo: “Gracias por enseñarme a ser mejor, porque contigo aprendí a ser madre, te amo, mi hijo”.

Pasé casi todo el viaje llorando.

 

A lo que quiero llegar con esto es a que valoremos a las personas, a las que les importamos, porque no se imaginan la falta que mi “madre” me hace, ahora que estoy con mi verdadera madre, siento un vacío profundo en mi corazón.

Todas las noches la misma pesadilla… me acuesto sin que se despida en mi mejilla.

C. R. J. O. (16 años)

Avión despegando

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