Ayer publiqué una pregunta muy sencilla y, a la vez, muy compleja en mi muro de facebook y tenía que ver con una agresión.
Gracias a todos por responder.
Algunas os preguntaréis el por qué de esa pregunta sin aportar contexto, sin dar datos. Algunas os fuisteis por las ramas e imaginasteis situaciones que podían o no coincidir y que, en cualquier caso, me parecían bien, por saber cómo respira la gente que me lee, que me sigue o que simplemente quiso aportar su opinión.
Os voy a contar el por qué.
No puedo dar datos del caso por dos razones:
– No se puede!!!! Hay que proteger determinados aspectos.
– No lo veía conveniente para hacer mi pregunta y ver qué conclusiones salían.
Veréis. En un centro, un niño problemático, sin venir a cuento y sin provocación alguna por parte de su profesora, se levanta y le tira un gomazo a la cara. Se levanta con la intención de hacer precisamente eso. No hay más provocación. No hay conspiraciones. Por supuesto que habrá una historia. Y lo que sí hay es un sistema en el que no estamos de acuerdo con muchas cosas. Yo también. Y eso no me da permiso a ir guanteando a los niños si me apetece. Ni le pego al del banco por los intereses que me cobra. Ni siquiera sou grosero ni insulto al que me llama a las 22.00 para cambiarme de empresa telefónica. Estamos en el sistema y hay que cambiarlo desde dentro. Aunque a veces haya que entrar por determinados aros que no vivimos como nuestros.
No comparto con algunas de vosotras el hecho de si el niño había sido presionado, que tenerlos en un aula encerrados es ya una provocación… Lo siento, pero, para mí, nada de eso justifica un tipo de agresión. Y mi respuesta es claramente que se trata de una agresión. Y la profesora, precisamente, si peca de algo, es de blanda, de educada con los niños, de un timbre de voz suave que nunca levanta la voz. Las que me conocéis sabéis que soy muy crítico con el sistema y con los profes si hay que serlo. Pero no me posiciono en un solo lugar. Decir que el gomazo quizás esté justificado si hubo provocación o, simplemente, por la presión social de un sistema que no comparto, para mí, es como de un ojo por ojo que nunca entendí. Y sí que estoy de acuerdo en que hay una historia, pero esa historia que hay detrás no justifica. Porque los maltratadores, pederastas, violadores, asesinos… también tienen una historia, y bien que mucha gente pide la cabeza (u otra parte de su cuerpo) en una bandeja.
Mi cuestión surge porque una compañera de otro centro (la que, por cierto, me comentó el caso por teléfono), decía que no era agresión porque la goma era pequeña. Y yo no terminaba de entender eso. Para mí, lo que importa es la actitud. Si yo entro en un banco con una pistola de juguete, someto a todos los allí presentes, intento robar, insulto, grito y luego me detienen… podrán atenuarme la pena (además de reírse de mí) cuando vean que la pistola es de plástico, pero está claro que hay algo que he hecho mal, hay gente a la que he violentado, humillado o asustado. Ése es el matiz que me interesa. De hecho a ella le puse otro ejemplo mucho más brusco y grosero. Y ése es el matiz que he leído en algunos de vuestros comentarios.
Honestamente, me importa poco, y entenderme bien en este contexto, que le tirara una goma pequeña, una goma grande, una bola de papel o una piedra. Sin provocación alguna, se levantó, hizo lo que hizo y luego le gritó desmesuradamente. Y es lo que puedo decir, pues no debo dar más datos de un menor, ni de sus intenciones, ni de su historial…
Lo que me mosquea es el daño que podemos hacernos a nosotros mismos cuando somos unos pelotas o pretendemos defender amistades volátiles. Porque ese comentario de “no es agresión, la goma era pequeña” se debía a que se sentía en la obligación de defender a otra persona que tendría o no que haber impuesto determinada sanción. Se nos nubla la mente y olvidamos dónde estamos.
Siento deciros esto, pero los profesores estamos dentro de un sistema del que, en algunas ocasiones, no podemos salirnos. A veces aplicamos sanciones que no nos gustarían. Pero también os digo que hay otras muchas miles de veces que intentamos cambiarlas. Y sólo se puede hacer desde dentro. Y casi siempre nos cuesta muy caro. El otro día me negué a participar en mi centro a castigos sin recreos y expresé mi incornformismo porque no lo considero pedagógico, sino todo lo contrario. Es lo único que puedo decir y hacer para aportar un granito que no sé si será fecundado.
Hace apenas una hora nos desahogábamos por teléfono una compañera y yo. Ella es de otra ciudad. De otra provincia. Y, ¿sabéis qué? Que ojalá ella pudiera clase a mis hijas en secundaria. Así confío en ella, en su trabajo y en su educación respetuosa, cercana, cariñosa y efectiva. Y los que me conocéis sabéis cómo trato, en general (que también tengo mis días) a mis alumnos, sabéis lo que he luchado por ellos en montones de ocasiones, al igual que otras muchas personas, que no quiero apuntarme ningún tanto en solitario.
Bien, pues los dos comentábamos que en ocasiones nos tenemos que tragar sapos como castillos porque la misma maquinaria del sistema nos arrastra sin dilación a cometer determinados actos que, en realidad, no compartimos. En ocasiones nos vemos obligados a hacer cosas en las que no creemos, pero también os digo que hay otros centenares de casos en los que nos saltamos acuerdos o normas, intentamos reconducir, invertimos más tiempo del que quisiéramos y nos pagan en hacer las cosas bien, tan bien como creemos nosotros, a pesar de enemistarnos con determinadas personas por hacer aquello en lo que creemos.
No, no estoy justificando, es que no vivimos aislados en una isla desierta. Y Levantarse y darle un gomazo a la profesora por las buenas, es una agresión. Para mí lo es, lo tengo clarísimo. Y mientras la administración no nos proporcione los recursos necesarios, tendremos que esperar a la buena voluntad de alguien que quiera dedicarle un tiempo inexistente que se halla enterrado entre papeles a ese chico o esa chica para ver de dónde le viene toda la rabia.
Y es que, mientras el miedo sea lo que gobierne este mundo, tenemos muy difícil implementar los cambios que nos gustaría. Y es por eso que cambiamos en nuestro entorno lo que podemos, hasta donde llegamos, pero no es una isla. El sistema es violento de por sí, a mí, personalmente, me violenta. Pero eso no me da alas ni justificaciones para hacer lo que me dé la real gana.
Llevo años trabajando con niños conflictivos. Y con niños menos conflictivos. Y con niños sin conflictividad alguna, pero es cierto que siempre me especialicé en niños difíciles. Y eso no justifica que puedan hacer lo que quieran, o humillar a otros o agredirles.
Algunos nos dejamos la piel en nuestra profesión. Y da igual la profesión. Pero lo cierto es que algunos nos la dejamos. Educadores, médicos, barrenderos, electricistas, albañiles, jueces, abogados y hasta políticos (sí, he conocido alguna política que siempre me ha impresionado por su capacidad de trabajo y de servicio). Y siempre habrá algún otro que tumbe nuestra profesionalidad con su ineptitud. Pero esa persona no nos convierte a todos en lo mismo.
Hay una figura muy conocida en Literatura y es la del cornudo y apaleado. Así nos sentimos todos aquellos que intentamos cambiar el sistema desde dentro, aportando conciencia, cercanía, respeto, esfuerzo, motivación, interés y otras muchas cosas pero que acabamos recibiendo por todas partes. Porque hagamos lo que hagamos, alguien levantará una mano contra nosotros. Pero que no levante una goma.