Cuando te quedas embarazada (evidentemente yo no, pero salvando las distancias, lo viví con toda la intensidad que pude, aunque mis sensaciones estuvieran a años luz de las de mi mujer), es cierto que, como cuenta todo el mundo, de repente sólo ves embarazadas y carritos de bebés por todas partes en una cantidad ingente, como no lo habías visto nunca. Eso habría que atribuirlo a los mecanismos de la mente y no es éste el post ni soy yo la persona idónea para explicarlo.
Con esto, lo que quiero decir es que cuanto más se mete uno en el maravilloso mundo de vamos a cambiar este sistema educativo más cosas interesantes te encuentras y más propuestas y proyectos descubres.
Sin embargo, un altísimo porcentaje de esas propuestas son de infantil y primaria. De lo cual me alegro, porque son las etapas en que deberían empezar a realizarse estos cambios.
En secundaria estamos unos pocos (muchos también, pero un porcentaje mucho menor), unos pocos «tarados» que nos dicen a veces (y a mucha honra, que se suele decir). Pero somos muy pocos.
No me gustaría definirlo como una lucha diaria, pero lo que es cierto es que la dialéctica constante en la que nos sumergimos con alumnos, padres, compañeros, sociedad en general es tal que realmente es agotador. Hay que tener las cosas muy claras para saber transmitirlas, para que lleguen y para que otros crean que esto es así. Pero, casi a diario, nos acabamos dando, al menos, dos o tres cabezazos contra paredes de hormigón.
No tenemos respaldo de ningún tipo y la selectividad asoma tras la puerta como espada de Damócles, dispuestas a atravesarnos la cabeza en un santiamén. En secundaria preocupan mucho más que en primaria las notas, los informes, las expectativas; el agobio se dispara, y el sentimiento de hiperresponsabilidad mezclado con la sensación de «no cumplo lo que se esperaba de mí» se incrementa de forma industrial en los chicos. El fracaso se multiplica y el abandono escolar llega a límites insospechados.
Se hace muchas veces tan cuesta arriba que, incluso, hay momentos en que renuncias a cosas por no entrar en más conflictos. Renuncias a principios, renuncias al tiempo, renuncias a tu energía para otras cosas, renuncias a los chicos con los que trabajas… hay momentos en que todo se ve mucho más negro.
La soledad aprieta.
Y es que es verdad que somos muy pocos en comparación con otras etapas… somos 4 gatos, 4 lunáticos… o 4 autoestopistas de la galaxia… da igual el nombre que nos pongan, nos sentimos solos y nos espera un río muy largo que remontar para poder llegar al origen de todo y poder allí desovar para que surjan nuevas vidas.
Somos como ese salmón que sube el río contracorriente, como una lluvia de asteroides que hemos de esquivar mientras todos se te echan encima a una velocidad vertiginosa… pero ahí seguimos sobrevolando un espacio paralelo (que no para lelos) al de la mayoría.