Impartiendo clase con el grupo de 4º que tengo este año y a los que nunca había dado clase en grupo, de verdad, soy súper afortunado. Y no, los de la foto no somos nosotros, es de pixabay, como tantas otras.
Esta mañana hemos decidido dar la clase en el patio, y eso que estaba nublado y soplaba una rasca que no veas (eso en Málaga quiere decir que estaba nublado y hacía unos 15-16 grados).
Y allí en el patio hemos seguido hablando del texto periodístico que estábamos tratando. Se trata de una entrevista a un profesor de secundaria. Así que hemos hablado mucho de educación.
Es increíble la de cosas interesantes que se les ocurre y que aportan estos chicos de 15-17 años.
¡Cómo no! Ha surgido de nuevo el tema de la educación emocional y si sería bueno impartirla en los centros escolares y si debería ser evaluada y otras tantas cosas sobre las emociones.
Y, de pronto, mi querido Antonio me interrumpe con mucha educación y me pregunta:
-Maestro, ¿todas estas cosas que tú explicas las haces también en casa con tus hijos o hijas?
– Lo intentamos (mi mujer y yo). También nos equivocamos a veces, también nos desesperamos otras y también gritamos algunas, pero cuando sucede algo de eso, vamos luego, hablamos y pedimos perdón. Y nuestras niñas se nos abrazan mientras dicen que somos los mejores papás del mundo.
-Ajá. Gracias – dice pensativo y sonriente.
En otro momento otra chica, muy elocuente y satisfecha de sus palabras, hablando de la inutilidad de los exámenes (y lo dicen ellos… y lo digo yo) dice que si soy consciente de que estoy ayudando a crear y construir 20 mentes críticas (en el sentido constructivo) que, probablemente, en el futuro, luchen por otra educación y que así, poco a poco es como se pueden ir cambiando las cosas.
Y ya entonces me dejo fluir entre lágrimas ocultas de alegría en ese estado de satisfacción absoluta por el que sientes que estás en el camino de lo que crees.
Y me siento muy orgulloso de ellos. En cuanto se les da un poquito de cancha abierta se expanden con una progresión geométrica.
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