La pedagogía del error es algo que se me ocurrió nombrar una vez. Quizás alguien lo definiera ya con este nombre o parecido, no sé, no es que quiera apuntarme ningún tanto, nada más lejos, pero lo llamé así: pedagogía del error.
Y es algo sobre lo que he ido dejando comentarios en fb o en algunos de los artículos o entrevistas en las que he escrito o respondido.
La pedagogía del error, tal y como yo la concibo a partir de mi experiencia (y sin conocimientos de psicología ni nada parecido) consiste en basar tu metodología pedagógica valorando el error como instrumento de medición y no como medio de aprendizaje. Consiste en que, en centros escolares, bases tu valoración o evaluación no solo en el trabajo sino en los errores, penalizándolos como si de un castigo se tratase. Y claro… luego nunca ponemos dieces, porque todo el mundo, todo, absolutamente todo el mundo, se equivoca alguna vez. Incluidos los profes y maestros, claro (aunque algunos no lo saben aún, creo que juegan en una liga superior).
Considerar los errores de esta forma tiene diversos efectos negativos en nuestros alumnos o hijos:
1. Crea una duda más que razonable en sus potenciales, porque siempre temerán equivocarse.
2. Ese miedo al error nunca les dejará crecer adecuadamente como personas en algunas o muchas de sus facetas, porque dicho miedo se apoderará de ellos de tal forma que no sabrán canalizar sus potencialidades de una forma adecuada o focalizada en lo realmente importante, más allá de errores posibles que se puedan cometer.
3. Puede acarrear un aumento desconsiderado de la indefensión aprendida. No sólo temerán decir o hacer cosas por miedo a equivocarse, sino que les llevará a un estado de no decir y/o no hacer, en general, por muchas injusticias que haya a su alrededor.
4. Se trunca de forma abrupta su capacidad de asumir consecuencias ante sus actos. Con lo peligroso que puede ser esto.
5. Se potencia en ellos una dependencia cada vez más real y tangible en la mayoría de sus vivencias: desde lo laboral hasta lo personal. Y es que, así, se les resta autonomía.
6. Se disparan los síntomas de «no sirvo para nada», «soy un inútil», «no seré nadie en la vida»…
7. Anulamos la capacidad de resiliencia que pueda desarrollar cualquier persona.
Y seguro que hay más cosas que añadir, no obstante, yo voy a parar ya en el punto 7, me parecen suficientes. Es más, puede que haya opiniones en contra. Yo sólo hablo de mi experiencia y, como siempre digo, no estoy en posesión de la verdad absoluta (en realidad, nadie está en posesión de ella).
Recuerdo mi etapa en el colegio. Y recuerdo grandes momentos y terribles momentos. Pero en este punto, recuerdo el pavor que me producía salir a la pizarra sólo por el hecho de que pudiera tener mal los ejercicios: algunos compañeros se burlaban (otros, no), algunos profesores también (otros, no) y algunos profesores te ponían mala nota por haberlo hecho mal (y no te valoraban las horas de trabajo que invertías en haberlo hecho), sólo por el mero hecho de hacerlo mal. Y al final pesaba más el haberlo hecho mal que el hecho de aprender y corregir.
Eso me ha costado muy caro, la verdad, y no me refiero al dinero… Y me ha llevado mucho tiempo el poder superar determinadas situaciones de mi vida, o momentos en los que no he sabido digerir, superar o enmendar determinados hechos. Sigo en la tarea de mejorar, pero eso ya es otra historia.
En mi profesión docente he ido cambiando mucho a lo largo de los últimos 15 años, ya no soy el que era y soy lo que soy por lo que he hecho, leído, aprendido y escuchado de otros o por mí mismo; y también, por mis errores. Sin embargo, nunca puse negativos o malas notas por hacer algo mal en una pizarra. Explico cómo hacerlo, les doy pistas de por dónde deben ir las cosas (a veces es simplemente indicarles que en el armario hay un diccionario), otras les felicito por haberlas hecho. Y conforme mis alumnos me han ido conociendo, han dejado de mostrar ese miedo al error, ese miedo irracional a no participar que los enclaustra en sus propias mentes. Mis alumnos tendrán muchas deficiencias en mi asignatura, pero no es la de salir reforzado de ellas (y eso que algunos no lo vivirán así, también es cierto; y es que cada uno tiene sus cadaunadas y sus percepciones de lo que vive son diferentes a las de los demás).
Los errores tienen casi siempre un carácter sagrado. Nunca intentéis corregirlos. Al contrario: lo que procede es racionalizarlos, compenetrarse con aquellos integralmente. Después, os será posible subliminarlos. (Salvador Dalí)