Hablo de la perdición a la que se dirigen multitud de personas.
Durante años me he quejado de que mis alumnos de secundaria no solían reaccionar ante los diferentes estímulos perniciosos que pudieran afectarles, salvo de forma preestablecida ya por norma, costumbre o imposición sistémica.
Durante años me quejaba de que los alumnos ni siquiera protestaban ante las injusticias que se cometían contra ellos mismos. Las asumían con un calambrazo en sus partes nobles, se reponían y aprendían que era mejor no volver a decir, ni ver o hacer, ni escuchar, como los tres monos sabios.
Durante años me he quejado de que el alumnado, por norma (en el más amplio sentido de la palabra) prefería seguir a su rollo, aguantar lo que le echaran y ser un inconsciente súbdito.
Y un día descubrí que yo formaba parte de ese engranaje. Ya siendo alumno, recordé que algunos profesores se quejaban de lo mismo y nos alentaban a protestar, dialogada y democráticamente, para no dejarnos pisotear así como así. Y cierto es que muchas veces nos vimos removiendo cosas. Tuve un profesor que le llamábamos el señor Keating (ese genial Robin Williams en El club de los poetas muertos), incluso hubo quien, en una reunión general de alumnos, con varios sacerdotes delante, hizo la gracia de estar hablando con dios por teléfono, con tal de salirse con aquello por lo que protestábamos que, ahora, ni recuerdo qué era.
Y ya hace más de diez años que empecé a intentar remover conciencias, a plantearles eso mismo a mis alumnos. A veces incluso han dirigido escritos a la dirección del centro, o hablado con tutores y hasta con sus padres (cosa que muchos de ellos no suelen hacer, aunque parezca raro). Una vez incluso sometí a un grupo de 1º de bachillerato (año 2001) a una tanda de gritos constantes, de injusticias, de castigos, de no dejarles hablar… y tardaron poco más de una semana, repito ¡¡¡POCO MÁS DE UNA SEMANA!!! en que una de mis alumnas me dijera en clase que qué pasaba, que si yo no veía que me estaba pasando varios pueblos. Por fin… Eso dio lugar a un largo debate que duró días. Menos mal.
¡Estamos creando tales clones unos de otros! ¡Tal cantidad de androides inertes!
Estamos llevando al abismo de la infelicidad a personas que como nosotros sufren y luchan a diario. Estamos conduciendo de forma irreductible al abismo a personas que se sientan en su silla de ruedas, esa que dirige alguien que en su espalda lleva un cartel que dice: indefensión aprendida.
Estamos subiendo al tren que va hacia el abismo a personas que, en el fondo, preferirían ir hacia el puente de Kasandra y hundirse que a mantener una actitud pasiva de espejo.
Estamos dando unos calambrazos de vértigo en las partes nobles de muchos de nuestros hijos o alumnoscon la mera intención de someterlos inconscientemente, porque ni nosotros somos conscientes de que lo hacemos, de ser así, otro gallo nos cantaría.
Estamos llevando a la gente en contenedores por un camino a la perdición. Nos olvidamos de lo realmente importante para dar por cumplido con aquello que quedó preestablecido acorde a las necesidades de unos cuantos que decidieron así manipularnos sin que ni siquiera pudiéramos darnos cuenta de ello. Y hacemos lo mismo en ese mismo engranaje, partícipes inconscientes de semejante desgracia.
Y ante eso, casi a diario, se puede oír a miles de profesores (o de padres y madres) en nuestro país (si es que pudiéramos escucharlos a todos) decir cosas como que los maestros somos los que forjamos el porvenir del futuro, somos los que enseñamos, somos maestros, no educadores y no tiene que venir nadie a enmendarnos la plana ni a decirnos cómo tenemos que decir o hacer las cosas. Ya sabemos cómo se hacen las cosas… las llevamos haciendo igual desde hace años. Y esto no va mejor por culpa del gobierno (que, por otra parte, es cierto) y de las familias (que en muchas ocasiones, también lo es).
Eso se escucha casi a diario en la mayoría de los centros, a veces no con esas palabras, pero sí con hechos, respuestas a lo que dice uno, comentarios jocosos…
Y se olvidan de otro pilar fundamental: el profesorado.
Y así es como se está forjando un futuro del que luego nos quejamos.
Si no les enseñamos a expresarse, a canalizar sanamente sus emociones, a reclamar, a protestar, a decir, a sentir, a llorar o a reír, a darle una patada a un cojín; si solo les enseñamos a obedecer en el sentido actual, nada etimológico y negativo de la palabra (y aquí tenéis dos posts sobre la obediencia: en mi blog y en el de la pedagogía blanca), si les enseñamos a callarse siempre y en todo momento, a estar sentados, a no rechistar ni a chistar siquiera… Entonces, ¿cómo diantres queremos que luego sean capaces de hacerlo cuando les están maltratando por violencia de género, les están robando, les quitan pagas extras o les explotan en sus trabajos, o les insultan pos las calles por llevar gafas o minifaldas? ¿Cómo van a ser capaces de movilizarse ante grandes injusticias universales o locales? ¿Cómo podrán vivir sana, feliz y plenamente? ¿Cómo? Tenemos lo que hemos ido forjando durante años. Y si no hacemos nada por cambiarlo, así seguiremos durante muchos más. Y si llegáramos a ese punto, entonces, creo que me pediré la pastilla azul de matrix, esa que me llene de dichosa ignorancia y me haga pensar en que sí que disfruto de un jugoso entrecot, cuando en realidad estoy tan preso como el resto.
Si no cambiamos esto de raíz, seremos partícipes del mayor genocidio de la historia: el de nosotros mismos, nos seguirán robando, insultando, machacando, ladrando, torturando, anestesiando, degollando, zancadilleando, importunando, maldiciendo, renegando condenando, ofendiendo o martirizando y, a lo peor, ni siquiera seremos capaces de expresarlo, estaremos callados, sentados y aguantando el chaparrón, que para eso nos educaron.
Y será el camino hacia la perdición.