Bueno hoy quiero hablar de la formación y su importancia.
Veréis, en ocasiones recibimos muchas quejas acerca de la formación. Y me voy a explicar. Cuando hablamos de educación respetuosa, de motivar, de jugar, de estar pendientes de los niños, de dedicarles tiempo, de enseñarles en la medida que ellos van solicitando, de tirar del hilo de temas diversos, de dejarlos en libertad, que busquen, que lean, que se suelten, que alimente su curiosidad, que sean capaces de protestar ante lo que crean injusto o excesivo, que examinen situaciones y no temarios, que no hagan tareas, que descansen en vacaciones, que prefieran leer un cómic de Calvin&Hobbes antes que las novelas ejemplares de Cervantes, o que por las tardes jueguen en casa o en un parque o hagan natación o baloncesto; con todo eso, no estamos hablando de que no haya que formarse. Para nada.
Algunos y algunas creen que eso que decimos y proclamamos es de una dejadez soberbia y propia de hippies chipiritifláuticos, con barbas abandonadas o piercings hasta en los dedos del pie. Y es que así, mal entendido, yo también pensaría que es una aberración contra la propia curiosidad humana.
Evidentemente, la formación es necesaria. Si nosotros estuviéramos dejando atrás la formación, si pretendiéramos que dejara de existir… ¿dónde quedaríamos nosotros mismos? ¿Es que yo no he recibido formación a lo largo de mi vida? Por supuesto. Y de toda ella, claro está, una gran parte ha sido superflua o inútil o fastidiosa. Pero la formación es necesaria.
La formación que una persona recibe o quiere recibir no solo es importante, sino que, además, es fundamental, y tienen todo su derecho de acceso, al igual que otros muchos la hemos podido disfrutar. La cuestión discutible está en qué tipo, cantidad y calidad de esa formación y con qué metodología.
A estas alturas, ya no es ningún misterio el origen del sistema educativo actual de la mayoría de países llamados civilizados (otra cuestión discutible en algunos aspectos). Ya sabemos que surge en plena Revolución Industrial y que, por tanto, lo que persigue no es más que producir. Era lo que perseguían entonces y es lo que se persigue ahora. Sin embargo, como suelo decir, ahora, con nuestro actual sistema, lo único que promovemos es fabricar tornillos todos iguales unos detrás de otros. Y en pleno siglo XXI ya no podemos quedarnos ahí. El mundo ha evolucionado a una velocidad vertiginosa en los últimos 100 años y en multitud de aspectos.
Así pues, cuando decimos que hay que dejar más libertad y ser más respetuosos, no estamos promoviendo una educación de polillas y garrapatas. No, en absoluto; estamos forjando a futuros ciudadanos con la suficiente capacidad crítica para enfrentarse a cualquier problema cotidiano, personas que sepan forjar su camino con vistas a aquello que les apasiona, individuos que sean capaces de trabajar cooperativamente sin despellejar a nadie en cuanto se dé la vuelta fruto de la envidia, porque esa envidia, al igual que otros muchos elementos, habrá sido trabajada previamente con una sana educación emocional en la que aflore el respeto por todas las personas y cosas de este mundo, estamos formando a futuros adultos felices, no solo caprichosos; estamos formando a sujetos que son capaces de no dejarse arrastrar por las normas a veces inconcebibles creadas por un grupo carismático y los estamos preparando para ser críticos y asertivos; estamos formando a personas que sí se levantan tras su error, porque el error no lo considerarán como algo malo, no es juzgable y no deberíamos siquiera evaluarlo académicamente, porque las equivocaciones (ésas que tenemos todos a diario, no solo los niños) son un instrumento más del aprendizaje.
Hablamos de formar a personas dignas de respeto, cariñosas y queridas, con las que se podrá y se querrá trabajar, personas que valoren la vida en sí misma y por sí mismas, sin que nadie les tenga que decir lo que valorar o apreciar, personas que, con sus obstáculos incluidos, buscarán su mejor camino, lo encontrarán y lo recorrerán sin estar subyugados al arbitrio de otros; personas con la suficiente entereza moral como para enfrentarse a sus dilemas cotidianos.
En definitiva, estaremos formando personas, no tornillos.
Y los tornillos son fundamentales, como algunas normas, como el dinero, como la salud, la formación y como miles de cosas, pero si educamos poniendo todo eso encima de la persona… ¿qué podremos ver de ellas? ¿Veremos a quiénes estamos educando? ¿O será como aquél montón de ropa sobre una silla que muchos hemos tenido en cualquier momento de nuestra vida y en el que a veces no lograbas encontrar lo que querías? Debemos limpiar esa silla, debemos buscar la base sobre la que queremos educar, debemos ver a la persona, y entonces, y solo entonces, atenderla, acompañarla, ayudarla a levantarse y dejarla caer si es necesario, le daremos la tención personalizada y el cariño que se merece, y nunca será igual al de al lado, ni más, ni menos, sino diferente, porque esas personas aprenderán que todos somos diferentes y, como tales, necesitamos cosas distintas en distintos momentos.
No me vengan diciendo que yo he dicho que no hay que aprender a leer ni a escribir, o a sumar o a tocar un violín; ni estamos diciendo que esto sea un libertinaje o la educación un despropósito, no decimos que los niños nos coman por sopa…
Si tan difícil es de entender, mejor no lo entiendas, no le des vueltas ni empieces a insultarnos; si no lo entiendes es que aún no estás preparado para ello, y eso no nos hace a ninguno de los dos ni mejor ni peor, solo nos hace estar en vibraciones de ondas diferentes. Yo no pretendo convencerte, no lo intentes tú conmigo, por favor.
Lo que sí debemos tener claro es que tratamos con personas, con todo lo que eso implica.