Lo normal no siempre es lo correcto. Y es que cuando la estupidez se disfraza de cotiadianeidad, de normalidad, entonces estamos perdidos. Más incluso. Porque el desconcierto en el que vivimos es tal que no llegamos a vislumbrar la mínima diferencia entre lo correcto y lo normal.
Tengo una foto en fb que no era mía pero que publiqué hace unos meses… más de 50.000 personas alcanzadas y compartida 676 veces por casi todos los continentes:
LO QUE ESTÁ MAL, ESTÁ MAL, AUNQUE LO HAGA TODO EL MUNDO.
LO QUE ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN, AUNQUE NO LO HAGA NADIE…
Y si no somos capaces de entender esto tan simple, peor de lo que yo creía está la cosa.
Cuando damos por normalizado determinados contenidos, actitudes, expresiones… no caemos en la cuenta del daño que pueden acabar infringiendo a otros con el paso del tiempo, porque, sumidos en esta ignorancia, suerte de estupidez mundana, nunca podremos construir algo mejor. Sólo repetiremos esquemas que ya alguien nos orientó a copiarlos sin ninguna actitud crítica por nuestra parte.
Cuando un profesor pone un vídeo musical de youtube en clase para entretener y en él se puede observar la cosificación de la mujer, la exaltación de la violencia «justificada», el exterminio encubierto de otros seres humanos o cualquier otra desfachatez sin ningún ánimo de alentar el espíritu crítico de sus alumnos, entonces, estamos contribuyendo a que esas cosas se acaben instalando en los discos duros de nuestros hijos para siempre. Y la lucha titánica que supone torcer esos esquemas para que sean capaces de construir y ver los que realmente consideramos más humanos es tal, que sólo el hecho de intentarlo te ubica contracorriente de cualquier mentalidad paleta que, no sólo no es capaz de ver lo que tú (lo cual puede suceder perfectamente y no es juzgable), sino que, para colmo, intenta convencerte de lo imbécil y tiquismiquis que eres.
Es la misma estupidez que respiras cuando alguien te quiere hacer ver que no pasa nada si dos niños se insultan y pegan y alguien te dice que esas cosas han pasado siempre y que da igual; o que se fume en un centro, o que existan alumnos abusones y alguien te diga que es un mal social con el que convivir. Porque esos males sociales nos llevan a violaciones, a robos, a atropellos y abandonos y con ellos hay que convivir, salvo cuando nos toca de lleno.
Por eso digo que la estupidez, para nada sobrevalorada como piensan algunos, es uno de los elementos más perturbadores e inocentes que existen por ahí, campando a sus anchas, prodigando el exterminio de los que, tras haber probado la pastilla roja, renunciamos a la malograda ignorancia de la ilusión y despertamos a un mundo sin sentido aparente que envuelve a la masa (a)crítica que no está capacitada para ver lo que no puede ver.
El sentimiento de soledad que se apodera de uno tras ser acorralado por tanta insensatez es tan grande que anula cualquier movimiento corpóreo que pudiera sacarme del peligro.
Les explico muchas veces a mis alumnos el sentido literario de los zombis a los que tanto admiran y el por qué muchas veces dichos seres se quedan inertes frente a un escaparate o dentro de un centro comercial en ruinas, porque son un recuerdo de las ruinas que supuso su vida, de cómo su felicidad se entroncaba con poder ir a comprar (a veces nada), de no pensar, de hacer todo en serie como en una fábrica. Busco un trabajo, me caso, tengo hijos, busco un ascenso, me retiro los fines de semana a un centro comercial para sentirme vivo en un sitio cerrado, con el aire enrarecido y rodeado de miles de personas que me hacen sentir vivo.
Y vuelta a empezar.
Cuando eres tú uno de esos supervivientes que no tiene salida y que siempre anda perseguido por esos seres de ultratumba, la vida se te exprime delante de tus ojos en un puñetazo moral que no siempre es fácil de encajar. Cuando ves que la parsimonia ritual con la que te persiguen es incansable y sin fondo, cuando ves que la estupidez incorpórea te escupe a cada paso que pretendes, cuando la vida se te va en un incansable juego de rol que no elegiste pero en el que sí te viste involucrado… entonces, sólo entonces, no queda más que elegir de nuevo la pastilla roja o volver a la ignorancia supina del resto de tus compañeros, dejándote caer sobre ellos mientras te mecen y acunan a bocados y dentelladas que te van desgarrando lo más íntimo de tu alma.
Y luego nos quejamos porque cuando vemos este tipo de pelis o series nos provocan cierta ansiedad.
Estoy pesado, pero la estupidez me acosa.
La ignorancia dicen que es osada, pero yo creo que es estúpida, como todos esos estúpidos que, inconscientes y sin ánimo de lucro moral, te boicotean con la mirada absorta en un escaparate. Y cuando la estupidez acecha hasta en la claridad del día, delante de todos y en boca de todos, estás más perdido que en el laberinto del Minotauro.
Y que sea muy normal, más normal de lo que quisiéramos, no quiere decir que sea correcto.
Y si no lo decimos alto y claro, estaremos contribuyendo a la expansión masiva de la idiotez.
No digo que yo sea más chulo que otros, ni mejor, ni más… no, para nada, yo tengo de sobra con mis cositas, sólo digo que hay demasiados estúpidos deambulando, que alguien abrió la jaula y se escaparon y reproducieron como cucarachas. Y que ahora, sumidos en la creencia de portar la verdad absoluta, no dejan vivir, como el perro del hortelano; bendito Lope.
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Gracias por la cita.