El cuerpo del otro

El cuerpo del otro. A propósito de la manada

Parece que el tema de la manada ya ha quedado atrás. Ya pasó. Para muchos así es. Hoy os traigo un texto que no es mío. Alguien cercano lo escribió hace varias semanas y me ha pedido que lo publique en mi blog. Aunque no sepamos la autoría, lo que sí sabemos es que no es de AlvaroLA. A mí me gustó la propuesta y la reflexión, ambas.
Así que, sin más preludio, aquí os dejo estas consideraciones sobre el cuerpo del otro a partir de un tema tan peliagudo como es el de la manada.

Un metro, como todos ya sabéis, es algo tan entretenido o más que el autobús. Aunque muchos, quizás, tan pendientes del móvil, se pierdan ese espectáculo casi gratuito. Porque, de paso que te lleva a un sitio, tienes todo un cúmulo de avatares con los que entretenerte y situaciones que observar.

Ahí estaba yo, en el metro, camino del Hospital El Clínico, y con mi cabeza elucubrando a partir de lo que veía.

En este entorno sociológico del asunto de la manada, mi cabeza se fue a un cuerpo de jovencita vestida en mallas. Y luego otro. Y otro más. Cuerpos bellos y hermosos, perfectos en sí mismos a los que la vista se te iba con admiración.

Al pronto me vino la imagen de otros dos cuerpos igual de hermosos y bellos que vi justo el día antes con mi madre, curiosamente en otro hospital. Eran dos cuerpos también de mujer, robustos, rotundos, bajos y gruesos. Me fijé en ellos porque mi madre me hizo un  movimiento de brazos para que los observara, y con esos ojos pizpiretos que habitan su cara me hizo un gesto como diciendo «¡qué barbaridad! ¡Cómo están! ¡Qué gordas!» Porque sí, un movimiento ocular da para decir eso y mucho más.

Mi réplica no fue la normal. Quizás por muchos años de trabajo personal, de hartazgo de la crítica externa que se repetía contínuamente en mi entorno y por mis propias inseguridades con mi cuerpo, le contesté a mi madre. Ahora hablando con la garganta y emitiendo un leve sonido de voz, ya que esto, por gesto ocular, ella no lo hubiera  entendido nunca: «A saber qué llevarán cargando en sus cuerpos o que dolencias portará su ser».

Y esta asociación de ideas enseguida hizo que mi mente volará hacia un artículo de opinión reciente. Un artículo que leí en el periódico pero que también ha corrido raudo por las redes: «¿Por qué los hombres violamos a las mujeres?» Más allá del provocador título que ha levantado regueros de opinión cruzada, es interesante analizar el trasfondo.

Los niños y niñas de hoy en día y desde hace ya varias generaciones se educan con una visual de perfección física idealizada. Que, ¿qué es esto? Pues que todos los cuerpos (casi sin excepción) que ven en publicidad de revistas, de televisiones, de películas, de moda, etc. son cuerpos cortados por patrones similares, ligeramente mas altos o bajos, con un poco más o no de curvas, pero siempre con tendencia a las tallas 36/40 y cierta delgadez. Eso sin entrar en la típica sensualidad o/y sexualidad que se le quiere dar a la imagen.

Cuando ésa es la imagen con la que creces, ésa es la imagen que quieres tener para sentirte parte del grupo. Para sentirte integrada, aceptada, y «guay«.

Pero además, ese cuerpo se muestra como un objeto. ¿Y qué ocurre con ello? Pues de un lado que no es el culto al cuerpo para estar sano (aunque a veces indirectamente sea ése el objeto de la publicidad subliminal o directa del anuncio) o para cuidarse. Es el culto al cuerpo para ser sexy, guay, perfecta y homogénea con la expectativa social proyectada. No todas pueden llegar a tener ese cuerpo, así que conseguirlo, se convierte para ellas (da igual la edad), y recientemente también para muchos ellos, en una referencia social para ser válida. Para ser aceptada. Incluso para sentirte una persona digna.

De otro lado, aprendemos a ver al cuerpo como una vara de medir de la cualidad humana que lo habita. En una primera mirada la mayoría social otorga más o menos valor a un  ser según su cuerpo. Su conformación estructural, más allá de su sentir, su mirada, sus dones o habilidades. Nos fijamos en alguien aprobándolo o reprobándolo (como hizo mi madre) por su estricta apariencia externa.

Lo más grave de esto es que enseñamos también a los niños que se harán hombres a ver el cuerpo de la mujer como un objeto de conquista. Cuanto más buena esté la tía, más éxito tendré en clase, porque luego muchos me envidiaran. Y así, continuamos hablando de las mujeres como objeto, como un cuerpo deshabitado. Y mantendremos conversaciones pueriles en las que ellas hablarán de su cuerpo como si fuera una imagen pública y ellos del cuerpo como si fuera algo por  conquistar.

La diversidad de cuerpos es de tal magnitud, y no sólo en cuanto a color de piel, altura o talla, sino también como estructura, que bien haríamos por el bien de la humanidad en mostrar esa diversidad en la publicidad de todo tipo que nos aturde la mente hasta darnos cuenta, aunque sea por el aprendizaje de la reiteración visual, de que todos los cuerpos por el mero hecho de ser y existir son bellos y hermosos. Dignos todos por igual de culto y admiración. Porque la verdadera cualidad del cuerpo físico es ser el vehículo material que nos permite vivir en esta tierra.

Cuando eduquemos en ello, no habrá que leer titulares peyorativo como «por qué los hombres violan a las mujeres», ni habrá que vivir incidentes atroces de violación, y podremos contemplar con la misma admiración un cuerpo de una talla 38 y otro de una talla 46. Porque su esencia no está en cumplir una estética social sino en existir para poder ser.

Espero os haya hecho reflexionar como lo hizo conmigo.

Ya sabéis, invitados quedáis paracomentar tanto en este blog como en las diversas redes sociales…así la persona que lo ha escrito sabrá de vuestra opinión al respecto.

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